Es altamente probable, por no afirmar que directamente seguro, que cuando una persona con tartamudez mantiene una conversación de mayor o menor duración con un interlocutor fluido aparecerá el trastorno oral. De hecho, la dilatada experiencia que tenemos, en este sentido, los afectados y afectadas de tartamudeo así nos lo hace pronosticar. Y es que la disfluencia, que es aquella compañía a menudo incómoda que va con nosotros por todas partes, incluso brota con diálogos estimables con la gente que más adoramos.
Dicho esto, considero que existe una particularidad, en este orden de cosas, que me gustaría remarcar. En la práctica, no es lo mismo conversar con bastante fluidez que hacerlo a trancas y barrancas, como buenamente tantas veces podemos. Porque aunque es una evidencia de que con las personas de máxima confianza el disgusto que nos provoca encallarnos, debido a la excelente sintonía, tiene un impacto menor, existe un detalle que no es despreciable.
Es interesante comentar que si las oraciones más tartamudas se producen al final de la conversación o del conjunto del encuentro, aunque el interlocutor o interlocutora, en definitiva, sea estimable, las sensaciones una vez finalizado el diálogo es más complicado que sean satisfactorias. Por ejemplo, quizás daremos más importancia a unas últimas frases bastante tartamudas que al rato previo de habla más rítmica. Y esto es, en suma, lo que me sucedió este otoño en una visita a mi excepcional amiga Laura, en el tranquilo pueblo de Tona, en la comarca catalana interior de Osona.
Aprovechando que fui a la comarca, y también a la vecina Moianès, a tomar fotos y vídeos del paisaje, nos vimos, y desde agosto que no coincidíamos, justo en otra escapada mía de carácter científico a Osona. Y pese a que en el transcurso del encuentro estuve lo suficientemente rítmico, en los últimos instantes, en la estación de tren estando, las palabras no brotaron como yo habría querido. Y me tocó las narices.
Es innegable, en consecuencia, que sería mucho mejor si no nos atascáramos incluso con el grupo de personas que más valoramos, pero viendo la imposibilidad de conseguirlo es preferible, y con el caso descrito lo pretendo demostrar, que el tartamudeo no se centre en el tramo final, de modo que estas cuatro oraciones tartamudas de clausura no nos hagan marchar con unas vibraciones, las nuestras, en el umbral de la tristeza.